\\\ proyecto LUX/// VOX virtual 3

 

 

 

 

 

Inéditos

Una matita de violetas
Eva Murari

La Aghata y el Jacinto
Nadia Zimerman

Kodak
María Teresa Andruetto

Transformaciones
Julia Sarachu

Pipí de gato y otros singles
Cuqui

Arte

El pronombre y su talle
Rafael Cippolini

No estamos solos, estamos con otros / Marina  De Caro

Cultural Chandón  / Xil Buffone

Reseñas

La niña bonita / Florencia Abbate y otros
Jorge Monteleone

Cocina a leña y darle al hacha / Aldo Montecinos
Carolina Pellejero

la causa de la guerra / Ana Porrúa

Crónicas

Una velada Imperdible / Alejandro Rubio.

Buenos Aires, la capital del verso / Sebastián Morfes

Vox virtual nº 3. Septiembre 2001 - Bahía Blanca - Editores:Sergio Raimondi /Gustavo López / Marcelo Díaz / Sebastián Morfes - voxvirtual@yahoo.com.ar
www.revistavox.org.ar

 

 

Inéditos

 

 

Eva Murari

Una matita de violetas

 

 

como en un jardín
ves primero
las margaritas
que alargan el cuello
pero buscás
esa matita de violetas
que te llama desde el suelo
con el perfume.

 

 

riego una flor que crece
debajo de la nieve,
si sale el sol
la vamos a ver.

 

 

había una puerta con luz
enfrente de tu casa
esa noche de junio
que era
como los amigos
que vemos en sueños
y al abrazarlos
se van.

 

 

a esa hora se ponía todo azul
y yo pensaba
en una fiesta
con lamparitas
cruzando el patio
con boleros y vino
y pensaba
en vaciar el frasco
de caracoles
que juntamos el verano pasado
y encontrar
en el fondo
una piedrita amarilla.

 

 

en el patio de la abuela
preparábamos chocolate
tortas de barro con florcitas
para comer
sabíamos
que esa tarde nos íbamos a morir,
esperamos
abajo de la higuera
que nos vinieran a buscar.

 

 

Miro caer la arena
de mi mano al sol
hay granos negros
dorados, rojos
otros blanquisimos
brillantes:
los juntaria
para hacer
una montaña plateada
una casa alta
en el mar.

 


Eva Murari nació en Bahía Blanca en 1974. Estudia la carrera de Letras en la UNS. Participó de los talleres de poesía de los Poetas Mateístas y de los encuentros de análisis y producción de poesía organizados por la Fundación Antorchas y la revista VOX en 2000-2001. Publicó en VOX y Ochomilquinientos.

[índice] [principio del poema]

 

 

Nadia Zimerman

La Aghata y el Jacinto

 

 

Ágatha sumerge el tul en la pobreza del vino
buscando reparar
lo que le hizo el Jacinto
una noche quieta allá en las afueras
Caminaban, lo más tranquilo
con un farol en la mano y un machete
Iban al río
Cuando llegaron tomó el Jacinto
un largo trago de su petaca
al pie del árbol
mientras ella planeaba silenciosa
el fueguito.
Salía la luna.
Te entrego esta caña, dijo el Jacinto
a ver qué sacás;
ahorita vengo.
La Ágatha tomó lo que se le daba
ignorando a guisa de qué
así la dejaban
y a la vera del agua mansa
se hizo cómplice del tiempo, pescando.
Sacó dos bagres, tres surubíes, una raya
la luna alta la contemplaba.
Nada se oía; todo era calma.
Habrían pasado como dos horas:
hubo pisadas
hubo un eructo
hubo unas notas desafinadas
medio borracho el Jacinto tropezaba.
Con el machete acomodó el fuego, avivado de pronto
por sus jadeos.
Y reclamó el sustento.
Viste qué saqué? dijo la Ágatha orgullosa, levantando el surubí
El hombre mandó un zarpazo, y sentándola
tiró el producto sobre la brasa
Dejáme solo, entraña
no estoy de humor
para pavadas
Ágatha se sulfuró; exigió la petaca
Él comía, escupiendo las espinas a un costado
sin ver otra cosa que el pescado.
La mujer le cayó encima; rodaron sobre los bagres y la raya
Él sacó una cuerda larga
y atándola al árbol
se tiró cerca del fuego y quedó dormido.
Yo no me caso con vos, Jacinto
decía ella desde el tronco
escuchando los ronquidos
así no me caso
así no me caso
repite Ágatha mirando el vino
De lejos su marido
canta a los invitados
agitando dichoso
la copa en la mano.


Enero de 1993
Ay, Peregrino
te ungen
fantasmas de lo nuevo


Nadia Zimerman nació el 6 de febrero de 1973. Estudió cine y ahora Letras en la UBA. Su trabajo, inédito, consiste en poesía y cuentos.

[índice] [principio del poema]

 

 

María Teresa Andruetto

Kodak

 

 

Peras


Había una rosca cubierta
de azúcar, una mesa con el hule
verde y una frutera de vidrio
(por la loneta de las cortinas, el sol
sacaba tornasolados color de ajenjo),
y había peras. Recuerdo los cabos rotos
y el punto negro que, en una de ellas,
hace el gusano. Sé que las dos teníamos
el pelo corto y unos vestidos
almidonados.

Después algo (quizás el viento)
sonó allá afuera y mi madre dijo
que acababan de pasar
Los Reyes.

 


Lunes


Los lunes mi padre llegaba tarde
y traía chocolates amargos.
En la cama grande, mamá nos leía
La Cabaña del Tío Tom.
A nosotras nos gustaban los lunes,
nos gustaba llorar por tristezas
de cuento, sufrir por los negros
mientras comíamos chocolates
Suchard.

 

 

Citroën


Regresábamos en un Citroën
rojo, desde una laguna de sal,
un pueblo ahora de fantasmas,
a nuestra casa, en la luz. Y él
cantaba, de viva voz, como
nunca cantaba, voglio vivere
cosí,con il sole in fronte, y
mi madre y nosotras también
cantábamos.

 

 

Kodak


Yo miraba,
tras la lente de una Kodak
con la que él sacó fotos de la guerra,
antes que la muerte disolviera
sus pupilas y delegara en mis ojos
el dolor de mirarme devastada
por la ausencia.

 

 

Víspera


Se va la tarde. Decís, a este sitio
vendremos: escribirás, sembraré,
pasaremos los días de viejos.
Sobre la casa que nace, cruzó
una torcaza. Más allá hay un halcón
y unas loras. La luz moja la falda
del Mogote, aviva los manchones
amarillos. Todo es hermoso, digo,
y sin embargo, hay una nota
de tristeza sobre talas y espinillos.
Será porque es invierno, decís,
será porque es domingo.

 

 

María Teresa Andruetto nació en Arroyo Cabral, Córdoba, en 1954. Publicó diversos libros para niños, las novelas Tama y Stefano y en poesía Palabras al rescoldo y Pavese y otros poemas. Esta es una selección de Kodak, a ser editado por Argos (Córdoba) antes de fin de año.

[índice] [principio del poema]

 

 

Julia Sarachu

Tetsuo

 

 

Tetsuo

El príncipe de lo multiforme
expira luces y colores
en el instante previo a la explosión.
No imagina Tetsuo
que sus manos tranquilizan
la ondulante incertidumbre de los planetas.
No imagina Tetsuo
que el laberinto digital de sus pulgares
resuelve el misterio del tiempo.
Del viento.
No imagina Tetsuo
la insignificancia de la capa y el cetro;
no imagina el origen de su poder-hacer.
No imagina que el hombre lo observa
y sólo ve,
los dramáticos vaivenes de su anatomía.

 


Astronauta

A gran velocidad
deja atrás
una multitud de tallos vencidos.
De a poco la Tierra
transforma el recuerdo,
un planeta más...
Traspasa
la fragilidad de una capa
y siente
el desamparo del último sonido.
Una bocanada lo succiona
espacio adentro
Venus ya no late
como mariposa translúcida
también es
un planeta más.
Magnitud que inutiliza
la velocidad de su nave.

 


Octopus

Octopus se desplaza
en repentinas convulsiones:
rodea las formas
hasta inundar
todos los intersticios.
A ojos cerrados
expande sus puntas
contrae sus puntas
(no sin dolor)
y atrae hacia sí
el alimento.
En las profundidades
para Octopus
no hay decepciones...

 


Pampa

A través de la pampa
continua
yo
soy el único accidente:
sobre mi cuerpo
se pliegan los caminos
se dirigen los rumores
que anuncian
la descarga eléctrica
contra mí.
Desde aquí la mirada
multiplica su alcance
reproduce
a mi alrededor
un remolino microscópico
de transformaciones.

 


La transformación del caos. Babaperla.

En el equinoccio de primavera
llagaron las arañas.
Del centro a la periferia
establecen atentas
la red de los objetos.
Como el vaivén inmóvil
que decide
la suerte del gato
en torno a la pecera.
Así,
la reina Babaperla
expande sus puntas
desdibujando los contornos.
En el pantano
de un temor oblicuo
nació la esfera.


Julia Sarachu nació en 1976 en La Plata. Empezó a estudiar Letras en la Universidad de Buenos Aires en 1995. Estos poemas pertenecen a Transformaciones, libro aún inédito.

[índice] [principio del poema]

 

 

Cuqui

Pipi de gato y otros singles

 

durante la cocción de unas tortillas de verduras

me tiento con las hojas suyas

abiertas h i r v i e n d o

 

 

 

 

no soy lo que/ debería ser soy/

lo que nadie quiere/ ser me tocó

a mí/ la aceituna podrida

 

 

 

 

flotan desperdicios de jabón en la bañera

los pelos se enredan en la rejilla

el vapor humedece los azulejos blancos

el piso está mojado completamente

es el momento justo para electrocutarla

 

 

 

 

¿Por qué tengo que ser materia y ocupar un lugar en el espacio?

¿No podría haber estado hecha de otra cosa?

¡Ah, no! Tuve que estar hecha de materia.

 

 

 

 

DIA DE MIERDA

DIA DE SOL

DIA DE LOS CHICOS FORNIDOS

DE BAYWATCH

 

 

 

La velocidad

de estar dentro de una avalancha

o de una perla

 

 

 

 

otra vez amanecí con cara de insecto

otra vez sigo acá gastándoles el aire con mis alitas

discúlpenme

 

 

 

 

la chica esa tiene aprisionado al chico

:::: a) entre los muslos

b) entre los brazos

c) con la boca al cuello

pero el pobre chico tiene una cara de asustado

y unas ganas de mandarse a mudar...

:::: chiquita, dejálo tranquilo,

buscáte otro

 

 

 

 

desplumo el pavo

tiene el mentón apoyado por el piso

y las alas estiradas

parece cansaducho

a su alrededor hay otras aves muertas

 

 

 

 

¿quién quiere sandía?

también hay dátiles, higos, duraznos

y pescado anaranjado frito

 

 

 

 

si sólo tuviera hambre y sed

de justicia/ sería flaca

 

Cuqui nació en Córdoba en fecha desconocida, ya que la autora se ha negado sistemáticamente a ofrecer tanto este como otro tipo de datos. Se sabe que tiene un libro publicado: Cuando explota un globo (2000). Los poemas presentes fueron seleccionados de cuatro Singles (cada poema como "cartel") reunidos bajo los siguientes títulos (El techo del edificio está recubierto con papel de chocolate; La vida siempre ansiosa de más vida no importa que a cambio; Pipi de gato y Nube estroboscópica), todos inéditos.

[índice] [principio del poema]

 

 

 

Reseñas

 

LA NIÑA BONITA: entre el presente y la memoria

La niña bonita / Florencia Abbate, Mónica Borgogno, Mariana Bustelo, Dolores Espeja, Juan Fernando García, Roberta Iannamico, Hernán La Greca, Gisella Lippi, Silvina López Medín, Anahí Mallol, Marina Mariasch, Florencia Podestá, Gabriel Reches, Gabriel Roel y Fernando Tellategui
Córdoba, Alción, 2000, 185 páginas

Por Jorge Monteleone

 

Hay un país de la desgracia, hay un país del crimen, hay un país donde todo tiempo utópico -que es el tiempo suspendido en el que las cosas fueran de otro modo- se ha hundido en un círculo vacío que gira hacia la nada. Hay, para una generación anterior, en esos días en que para muchos de estos poetas había infancia, una triple memoria de la dictadura: el horror, el desarraigo, o la bovina monotonía de las horas suburbanas. Tiempo que se muerde, rabioso, a sí mismo; memoria de la pesadilla. Tiempo y memoria, los muros donde se alza la casa de la historia, la historia nuestra, esto que nos ha tocado. En ella, todos nosotros contamos con la humillación, la derrota, a veces la distraída felicidad, pero para algunos esos son, además, instrumentos, formas posibles, huellas en la voz. Algunos, otros, además, hablan, escriben, nombran. Y aunque cada poeta es una voz única que nombra, aunque fuera con temblor, sobre todo en sus primeros libros, hay, como dice la contratapa de la antología La niña bonita, "una resonancia de voces", una "música epocal" donde los poemas se preguntan otra vez cómo nombrar en lo imaginario aquello que nos ha tocado, el tiempo, la memoria, la casa de la historia. Los poetas reunidos en esta antología nacieron entre 1968 y 1976. Lo que conmueve en un libro como éste es percibir el modo en que cada uno y todos a la vez, tornan a preguntarse de nuevo, vuelven a nombrar en un sistema propio de amplitudes y restricciones, de creencias y de negligencias, de ritmos posibles y de olvidos, un cierto espejo múltiple que nos repite en el lenguaje y así nos cifra. Quiero apuntar aquí algunos de esos rasgos, que pueden reconocerse en uno u otro, en algún poema, en algún verso, en una elección común.

No suele prevalecer lo continuo en estos poemas, sino la intermitencia. Un verso o una breve serie de versos suele reunirse como episodio, apunte, comentario, dato. El verso o el conjunto de versos que sigue no establece con lo anterior una inmediata conexidad. Y tampoco lo que sigue. Y así, de continuo. Lógica del zapping: una atención flotante, una discontinuidad, un ritmo abrupto que de pronto se detiene y reúne. Eso por un lado. Pero por otro, el poema se precipita a veces hacia un final, porque su símil no es la interjección, sino el relato. Ese final es concluyente, guarda la apariencia de una definición. De ese modo los versos finales provocan una equívoca sensación de totalidad, yo diría una nostalgia de totalidad. En esta tensión formal aparece una dualidad que se quiebra entre el tiempo presente y la memoria de un pasado.

 

No creo que haya en estos poemas una futuridad, una fe progresiva, un lanzamiento a lo porvenir (aquello que se resume en aquella metáfora militar de la estética: vanguardia). Entre otras cosas porque no sólo el futuro llegó hace rato, sino porque "no se sabe qué sucederá". El presente ocupa todo su escenario. Pero no un presente como un día pleno, cargado de luz diurna y de sentido, como un dios. Se trata más bien de un presente allanado a un día cualquiera, este día, el día cotidiano. El presente es el hoy mismo, que además, pasa. Tal vez no hay demasiado de dónde sostenerse, y la palabra cuenta, apenas, con algunos detalles.

Muchos de estos poemas recurren, entonces, al relato de ciertos episodios. Su materia es la anécdota. Hay como ráfagas de hechos y a menudo los poemas tienen el ritmo entrecortado de una acción. Toda esa épica se levanta en una moneda arrojada aquí, sobre la palma. Una danza, un desayuno, una detonación, sumergirse en el mar, percibir el lila del jacarandá Actos: instantáneos.

Si no el futuro, el pasado sí aparece, aunque como conflicto, como busca, como apelación, como nostalgia. No el pasado trascendente de un linaje, de una historicidad, o de un legado. El pasado está allí, cerca. El pasado es el recodo donde fuga esta actualidad de un día cualquiera. Entonces, si hay mudanza, sólo podría buscarse en objeto mínimos como breves talismanes del recuerdo, en restos de memorias, en deshechos, el poema como "una parte de la casa donde se juntan cosas". Son esos caracolitos en una caja, todo lo que resta del océano sin término.

Pero hay algo más: la sospecha de que allí no está todo. De que hay algo, acaso grandioso, acaso terrible, acaso intenso, que se ha perdido o, lo que es peor, que acaso nunca ocurrió, pero cuyas equívocas señales parecen vivir en el lenguaje o en la costumbre. Entonces, al vínculo con el pasado se agrega esto otro: una nostalgia sin objeto, una nostalgia de lo no ocurrido, una anamnesis, un recuerdo cuya sola aparición está en los nombres del recuerdo. En estos poemas el pasado está muy cerca, el pasado acaba de pasar o, de lo contrario, es la sombra de un monumento, nunca visto y que tal vez no exista o sólo aliente en el pretérito perfecto: lo que irremediablemente ha sido.

Y sin embargo el poema busca dos espacios donde la palabra retorna para que, por un lado, el presente sea más pleno y, por otro, el pasado dé todo de sí, conservado como una cierta duración. La fiesta en -el primer caso- y la infancia, la infancia propia -en el segundo.

En muchos de estos poemas hay fiestas: nada trascendente tal vez, en el sentido de ritual. Hablo de bailes o casamientos o cumpleaños o encuentros bajo las luces. La escena de la fiesta como inmediato vínculo social, como evento deseado, como escena de la mutación y el maquillaje, como multiplicación del presente, incluso como decepción. Las palabras quieren dar cuenta de este fugaz y múltiple ser de lo bailable, intensidad de lo repentino.

En muchos de estos poemas, además, hay un lugar del pasado que se privilegia y entrega todavía sus signos: la infancia. Y en la infancia reaparece el espacio familiar donde los poetas son, casi invariablemente, los hijos. Con la infancia el lenguaje irrumpe en cierta naturalidad de dicción, el lenguaje refiere, el lenguaje relata una historia íntima y se carga de reconocible pretérito. Es el "íntimo retorno" de un poema. Allí, en lo perdido que alienta, en la forma de la ausencia, en lo apartado, allí donde el yo ya no es, incluso si fue feliz, aparece una forma del lirismo.

Cuando leo los índices de una promesa, cuando leo en Florencia Abbate que hay un primer albor, que hay un sueño con "la verdad provisional de un deseo" (p. 14) y en Mónica Borgogno leo que hay también el sueño "de un pájaro de otras tierras" que viene a cantar un día (p. 23), sé que algo espera el poema;

cuando leo los emblemas de una memoria, en Mariana Bustelo que "junta fotos medallitas/ recuerdos de otros/ como si las cosas dieran/ cuerpo a su dolor" (p. 41) y en Dolores Espeja leo que "Las cosas ya se aplastan/ oscuras. Con todo, falta/ recordar varios detalles" (p. 52) y también leo en Juan Fernando García que "Busca/ en la imposible territorialidad de su mudanza/ un objeto nimio: la rosa seca/ que se vuelve imagen de una despedida" (p. 55), cuando leo eso sé que algo del tiempo que fue retorna en el poema, siquiera como invención;

cuando leo esas historias de infancia de Roberta Iannamico, hacer la medialuna sobrevolando la superficie de la tierra, estrella o flor: "un contacto veloz/ con cada una de mis cuatro puntas/ una flor más/ en el aire del jardín" (p. 74);

cuando leo esos personajes de Hernán la Greca -el hombre de la Atlántida, Sarrasani, Dr. Freeze- que de pronto desenmascaran el llanto o la inmersión en el agua letal del sentimiento para "un muchacho acostumbrado al sustento de los ojos" (p. 82), sé que al menos hay un lugar del poema, un sitio donde la imaginación se levanta;

cuando leo en Gisella Lippi las faenas del vacío, el "yo que entrama la suspensión del rasgo/ la supresión del día que separa" (99) y entretanto leo en Silvina López Medín una foto que reúne: la historia de la coronación de Quo Cong, la araña reina, un punto en la foto, mientras el yo "a los tres años es dueña del mar" (p. 106), sé que el poema se tensa entre lo ausente y su presente verbal hecho de pérdida y deseo;

cuando leo en Anahí Mallol que el yo vive, asimismo, en lo anodino, "como quien guarda/ el deshecho de un recuerdo/ de un deseo/ en un relicario de ámbar" (p. 118);

cuando escucho en Marina Mariasch por última vez a los Counting Crows, grupos así cuya sola mención ya es proponer el olvido, y sin embargo algo persiste, en medio del cuarto, una mancha de sangre, lo que vuelve "de sorpresa cuando ya te dieron/ por desaparecido" (p. 132), sé que el poema lidia con lo inadvertido, e incluso allí, en lo que pasa, crea su permanencia;

cuando en Florencia Podestá leo los visajes de un espacio del poema, Palenque, por ejemplo, las ramas y las hojas de Palenque, el flash del colibrí que pasa en Palenque y sin embargo el poema que se pregunta "adónde está uno/ cuando dice uno estar/ en Palenque" (p. 149), sé que el poema no ignora que toda su permanencia debe ser escrita en el agua;

cuando leo en Gabriel Reches esos breves lapsos del mirar, esos restos, y sin embargo hay una espera "a un costado/ no temas por el tiempo/ que nos queda" (p. 158);

cuando leo en Gabriel Roel que "La palabra nunca anticipa a los animales que imprime" (p. 167) pero al alba, igualmente, aún, "al inicio noviembre enciende al lila" (p. 170), veo en el poema los trazos fugaces de lo real como lastres que arroja el tiempo,

cuando leo, en Fernando Tellategui, los vocablos en el aire puro de la página blanca, reclamando el tiempo mismo que circula allí. "en la zona/ la mano/ en la boca// una hoja/ cae// cuerpo/ hora" (p. 173), veo cómo el poema nombra aquellos trazos y el tiempo, oro tiempo, vuelve a ocurrir,

cuando leo todo esto, siento que entre la promesa y el recuerdo, en los objetos y lo ínfimo, entre la anécdota y una nostalgia de totalidad, en las fiestas de la infancia, en lo que deja el dolor, en la espera y la música veloz y la pantalla fugaz y en la persistencia de las hojas y el brillo de la marea, aquí, entre el presente y la inminencia de una memoria, estos poemas son ellos mismos el nombre del tiempo, son tiempo, los que crean las horas, tiempo, tiempo aquí mismo: el tiempo. Casa de la historia.

 

[índice] [principio de la reseña]

 

 

Cocina a leña y darle al hacha.
La cocina económica de los Malvar
/ Aldo Montecinos
Editorial la Cocina del Museo.
Ingeniero White, 1999.

Por Carolina Pellejero

Poética de la cocina

"La cocción tendrá que ver con el tipo de horno,
como todo: se recomienda un fuego mínimo, lento
de entre cuarenta y cuarenta y cinco minutos,
pero cada cocina, como cada molde, es particular
y es inútil establecer una medida exacta para todos."

Sergio Raimondi, Para hacer una torta sin leche.

 

Estaría bueno tener una cocina a leña, le digo a mi hermana, que está comenzando a circular por los reductos del arte culinario. Enseguida voy al living y le traigo un librito que tengo gracias a la amabilidad del poeta del epígrafe; nos ponemos a mirar y le voy leyendo alguna que otra línea de los relatos de las primeras hojas. Mi hermana planea hacer unos ensayos o algo así sobre el pan casero y los dulces; y le interesa lo que le muestro, muchísimo.

José María Malvar nació en Jeréz de la Frontera, Cádiz, en 1896. Se casó en White, tuvo tres hijos y fabricó la cocina a leña que calienta la cocina del museo del puerto, lugar cálido si los hay.

"Fumaba hasta por las orejas mi papá./ Y sí, vivíamos en la cocina nosotros. / Mi mamá después, cuando vino el gas, no, no se podía acostumbrar porque decía que tenía que ser la cocina a leña, que las tortas no salían tan ricas."

El libro abre ventanita y ahí esperamos una especie de manual o cuaderno de tareas; un wizard paso a paso, de consulta permanente; pero nos sorprende, es mucho más que eso. Desde el inicio se muestran dibujitos, vistas, perspectivas, cotas dibujadas con exactitud y relatos de los hijos de Malvar con explicaciones que hacen de todo una poética, un discurso de la belleza o de la exaltación de la belleza de la cocina, los remaches, los herrajes, los recuerdos, las tortas que se hacían en latas de dulce de membrillo o batata. "Sí, se hacían tortas acá adentro, si, tortas acá adentro sí. Adentro tiene todo ladrillo refractario ¿no ves?"

El papel sigue cuadriculándose, a medida que van pasando las hojas. + dibujos + imagen, paisaje culinario y no tanto. En la mirada pueblerina de los Malvar pueden observarse más rasgos poéticos: "Era un artista mi viejo, yo pude haber aprendido muchas cosas de él y...

Era muy jocoso,
siempre riéndose,
siempre cantando
esa canción
viejísima
que dice:
La española no da
un beso cualquiera,
que cuando da un beso
es un beso de amor

La cuadrícula, el dibujo a mano alzada, nuevamente un mini poema, como asomándose por la ventana de papel. Al final, la foto, la imagen revelada de la historia. La cocina económica de los Malvar se deja ver, coqueta, por encima de un papel metalizado verde, como esos que venían en los viejos costureros, en las canastitas de cartón de las agujas.


[índice] [principio del poema]

 

La causa de la guerra / Santiago Llach
Sello Editorial Siesta,
Buenos Aires, 2001.

Por Ana Porrúa

Dos figuras podrían servir para hablar de los libros de Santiago Llach (Buenos Aires, 1972): la del bonzo y la del equilibrista. La primera alude a la intensidad y al efecto de lo instantáneo: un hombre que se prende fuego ante el público, que incendia el lenguaje. Una poesía sin mediaciones, que dice lo que ve, descarnadamente (al menos, ese es el impacto). Es una imagen acorde a la propuesta de La Raza (1998) y de otra serie de textos de los noventa que marcaron la escritura dentro del género, como Punctum de Martín Gambarotta, al que los poemas de Llach aluden/citan, tantas veces. La segunda figura, la del equilibrista, parece adecuada, en cambio, para pensar su último libro, porque en la causa de la guerra todo parece empezar de cero (no hay piso). Como el equilibrista, el escritor calibra su materia, mide sus pasos, indaga posibilidades. La aserción, el enunciado fuerte e incisivo, prácticamente desaparece. Ya no se trata de la inmediatez y de la fuerza de un lenguaje, sino –por el contrario- de la reflexión dilatada sobre el lenguaje.

La apertura del texto instala la duda como única certeza: "Lucas, hermano,/ dejáme que te diga una cosa,/ he leído tu libro./ Pero siempre me pregunté si una lectura,/ el hecho de nombrarla, de señalarla,/ de adherir a ella un modo que sugiera/ a tientas, un derecho de propiedad,/ no es la mejor manera de decir/ que uno no ha leído." El ejercicio parte de la intimidad, porque se lee algo escrito por un hermano. Sin embargo, los pasos siguientes van a ser los del alejamiento de ese texto –que es un ensayo de economía o sociología, según puede adivinarse- o los de su conversión definitiva en lo único válido como lenguaje

("-aunque fuera de la crítica y la literatura/ no hay otra cosa-"). Por eso el escritor cuestiona una y otra vez aquello que lee y lo transforma en preguntas: "¿Somos la partícula sofisticada de una clase,/ imitamos al pensar/ los mecanismos del otro,/ lo incorporamos/ y lo masticamos/ y lo deglutimos?". O si no aísla las frases, las saca de contexto, como si pusiese a prueba su sonoridad o las convirtiese en imágenes: ‘sensibilidad de los flujos’ o ‘sólo lo que la tierra contiene’. La lectura es, también, la de un poeta, que se queda con pequeños fragmentos densos, con ciertas huellas y éstas son algunas de las definiciones, puestas entre signos de interrogación, que se juegan en el libro: "¿en qué consiste la buena escritura?/ (...)/ ¿O en fin, en algo más, otra vez, aquello/ que es residuo, ese plus sobre el que...?/ ¿Es algo definido en función de una intensidad?".

En este sentido, el de la incertidumbre que tantea y produce círculos que se despliegan, es que Llach define a la literatura como "algo que se vislumbra/ pero no se puede apresar" (y cita a Proust); no es la definición de un romántico o un vanguardista que sobrevalora la irracionalidad, sino todo lo contrario: "me niego a suscribir a la poesía/ a un orden del discurso que la ligue/ a lo que no es la razón". Lo que sucede es que la razón del bonzo es diferente a la del equilibrista que mira cada vez la cuerda tensa bajo sus pies y busca sostener el cuerpo (en este caso el del lenguaje) sin gestos grandilocuentes.

En la causa de la guerra Llach no optó por la salida fácil, no reescribió "Los Mickey"; por eso el libro puede leerse no sólo como reflexión general sobre la poesía, sino también como un modo de pensamiento (como despliegue de las razones) sobre la propia escritura.

[índice] [principio del artículo]

 

 

 

Arte

 

 

El pronombre y su talle / Rafael Cippolini

A Héctor Libertella.


En un antiguo y ya bastante olvidado artículo, Hugo Parpagnoli arremete, con una violencia que resulta inusual en su estilo, contra la tiranía del Yo en la (breve) historia de la crítica de arte en Argentina.
Podemos deducir de ciertos silencios suyos un pensamiento que voy a traducir mediante el siguiente apotegma: el relato de la pintura vernácula sufre de una crisis de epifenomenología yoica.
Intentaré ser más directo: los críticos padecen una enfermedad repugnante y extendida cuyo síntoma capital es su permanente regodeo en el primero de los pronombres.
Así estos textos no son otra cosa que exudaciones de varios "Yo" lo suficientemente potentes como para generar estilos.
Según esta breve lógica, el nacimiento del pensamiento historiográfico en lo visual nacería con las adjetivaciones del Yo de Schiaffino, se continuaría con el Yo nostálgico de Chiappori, iría más allá con el Yo suavemente engolado de Pagano, explotaría en la vehemencia demoledora del Yo de Atalaya, en la respetuosidad bordeante con la clasificación burocrática del Yo de Policho Córdova Iturburu, con el Yo imperial y omnipotente - oscilante de Romero Brest, etc, para llegar a nuestros días a ese Yo megalómano y solipsista de Glusberg o al Yo cínico y sofista de López Anaya, por dar algunos ejemplos a los que nos hemos acostumbrado.
Y lo cierto es que, si bien los excesos son parientes de los peores vicios, en esta oportunidad debo reconocer que no concuerdo con Parpagnoli. Es más: estoy seguro que deberíamos agradecer que las voces de nuestros críticos no hagan sino formar una galería de estilos.
Un estilo no es necesariamente la consecuencia de la enunciación de un gusto. Un estilo es, como quiso Picabia, la sumatoria de respuestas y balbuceos que suelen producirse cuando nos presentamos a una materia determinada. Se use como se use eso que la cultura ha hecho de cada uno de nosotros.
Todo Yo (y más que ninguno el Yo de un crítico) se enfrenta, tarde o temprano, con la impertinente elegancia.
Entonces es hora de medirse con la Historia, donde sigue reinando, desde hace siglos, nada menos que Petronio que, como nadie ignora, es quién la inventó.


Rafael Cippolini
Villa Ballesta.
Aún invierno, 2001

[índice] [principio del artículo]

 

 

No estamos solos, estamos con otros / Marina de Caro
Parque Avellaneda,
Centro Cultural "La Casona de los Olivera".

 Bajo la curaduría de Marcelo de la Fuente este espacio de exposiciones supo instalarse como un centro cultural barrial y también en el circuito mayor de las artes plásticas en Buenos Aires. Artistas jóvenes junto con artistas de mayor trayectoria se reúnen mensualmente para inaugurar las muestras del centro de manera conjunta. Visitas guiadas acercan al espectador a los diferentes lenguajes del arte contemporáneo.

Durante el mes de agosto y hasta principios de septiembre pudimos ver las obras de Martín Di Paola, Luis Lindner, Leonel Luna, Carla Bertone, Chino Soria, Ivan Calmet, Agustín Soibelman, Andrés Sobrino, Verónica Romano, Lionel Wainstock y Christian Roman.

En las salas de la planta baja tres propuestas se confabulan en demostrarnos que hay alguien más con nosotros, que no estamos solos. Entre la familiaridad y el extrañamiento Luis Lindner expuso una serie de dibujos a mano alzada que ilustran un mundo que no es el nuestro, sin embargo nos es familiar, un mundo paralelo. La caligrafía de la línea nos da el permiso de acercarnos a una realidad ´extra´. Tanto Martín Di Paola como Leonel Luna nos acercan a los extraterrestres. Martín Di Paola describe de manera minuciosa las naves llegadas al barrio, divisadas por las ventanas de casa o durante la salida del fin de semana. Una fantasía hecha realidad que Leonel Luna documentó cuidadosamente a través de fotografías para que nadie dudara de su imaginación.

Subiendo la señorial escalera de madera de la casona, Ivan Calmet, Chino Soria, Agustín Soibelman, Andrés Sobrino y Verónica Romano instalan sus trabajos en una aparente muestra colectiva. Una curaduría que nos repite lo parecido que son en sus diferencias, huellas de un pensamiento analógico. La convivencia entre la pintura ´moderna´ de Agustín Soibelman junto con la obra de Chino Soria, una obra que pudiera ser tanto una pintura abstracta como una obra digital, y los trabajos digitales de Ivan Calmet nos obligan a redefinir el lenguaje del arte. En el conjunto cada obra se presenta ambigua. Una propuesta que da un paso más allá de las individualidades. Un juego de relaciones establecido que habla de un grupo de artistas y no de un artista con nombre y apellido. Actitud nada menospreciable que nos recuerda nuevamente que no estamos solos.

 

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Cultural Chandón - Rosario 2001 / Xil Buffone
Museo Municipal Juan B Castagnino de Rosario
24-08 al todo setiembre

 

Definitivamente el mundo se ha tornado un sitio poco cool: que el champagne apoye al arte contemporáneo siempre es una buena noticia.

Con renovados bríos inauguró en Rosario el "Cultural -Chandon 2001", donde un ángulo del techo del Museo Castagnino padece bubones y está atiborrado de mariposas de colores: es "Nido" -de Marcelo Michieli- la obra que el público premió con su voto.

El jurado otorgó el primer premio a Ernesto Ballesteros (10.000$ y un viaje a París); cuatro menciones (1000$) a Carlos Herrera, Isabel Chedufau, Hernán Marina y Román Vitali y menciones honoríficas al grupo En Trámite y a Cristina Schiavi.

Se trata de una muestra que se propone ampliar el campo de los recursos tradicionales del lenguaje estético utilizando técnicas mixtas. La selección da a ver en su mayoría obras fotográficas, digitales, instalaciones y objetos.

Se imponen por tamaño y calidad: la dentadura pintada por Daniel García, el engañoso juego de luces y sombras autoadhesivo de Pablo Siquier y las casitas blancas en relieve de Oscar Carballo.

El recurso del video es altamente poético en "Proyecto para un salto a vacío" de Juan Mathé, y en los "Pequeños mundos privados " de Gustavo Romano (donde el espectador se enfrenta a un microscopio en cuyo portaobjeto se ve a sí mismo filmado de espaldas).

Con respecto a salones anteriores, "Chandon 2001" contiene un gesto de notable apertura; pero a su vez, guarda una no casual continuidad con respecto a lo que se ve en Capital bajo el rótulo de "arte contemporáneo".

La coherencia entendida como repetición de la misma afirmación puede resultar tan ejemplificadora como aplastante.

Si hay algo que caracteriza a la Argentina actual es la imprevisibilidad. Resulta extraño el muestreo acotado ensayando una definición estable...como si lo contemporáneo pudiera resumirse en una fórmula tan prolija y tranquilizadora.

 

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Crónicas

 

Una velada imperdible / Alejandro Rubio


El sábado 18 de agosto, dentro del ciclo "Los Plateros" organizado por Santiago Vega, en la Casa de la Poesía de la Ciudad de Buenos Aires dirigida por Daniel García Helder con la inestimable colaboración del mencionado Vega y Guadalupe Salomón, se produjo una lectura a la que, según palabras de una joven periodista del Buenos Aires Herald novia de un asimismo joven poeta, "había que ir". Leyeron Daniel Durand, Damián Ríos, Fernanda Laguna, Marcelo Díaz, Fabián Casas y Daniel Soria. Como se ve, una sólida columna 18 Whiskies complementada con un toque de belleza y felicidad, el poeta del interior que también existe y un marginal, según la definición de marginal que reza "el que sale poco". El cóctel era interesante y prometía una noche variada. Pasemos a hacer un breve repaso de cada una de las intervenciones.

Con la sala a oscuras y una mesa pequeña apenas iluminada por un velador

–escenografía que más tarde calificaría de "retórica"- largó Daniel Durando. Primero leyó unos poemas breves que, si eran nuevos, podrían haber sido escritos hace diez años por él mismo: paseos por el barrio hechos por el poeta reventado, historias de amor del poeta reventado, un par de cosas más y el poeta reventado. Después de diez minutos de precalentamiento, pasó al plato fuerte de su perfomance, el largo poema en proceso "Marquina". Francamente, no lo caché. A primera oída, parece una serie de versos inconexos organizados alrededor de un sobreentendido que no se entiende.

Siguió Damián Ríos, quien leyó una serie de poemas de infancia muy tiernos, muy infantes. Me consta que a algunos les gustó. Ríos fue breve y humilde, adjetivos que parecen ser sus dos mandamientos como poeta. La brevedad casi siempre se agradece, pero la humildad puede llegar a ser tan cansadora como la megalomanía.

La siguiente fue Fernanda Laguna. Laguna, tan producida y con el mismo aire de desorientación que la ha hecho célebre, leyó el texto que Ediciones del Diego, es decir, la versión fines de los 90 de 18 Whiskies, prefiere y publicó: "El ama de casa". El poema es muy largo y habla de un ama de casa que se enfrenta con su hogar y descubre a Dios. Las razones de la preferencia son arcanas y no me animo a dilucidarlas. A continuación otro largo poema sobre una chica que debía tener treinta pero parecía de quince que está esperando que su novio la llame. Esto es, a grandes rasgos, lo que Daniel Link llama "vanguardia".

Luego, Marcelo Díaz, con expresión asustada, leyó partes de su libro en preparación "Diesel 602". La anécdota real que da origen al poema es alucinante

–una loca que se escapa del Moyano y trata de robar una locomotora para ir a visitar a su novio y es detenida por un cabo de la Federal- y su tratamiento bebe en las aguas del barroco. La complicación sintáctica propia del barroco impedía seguir del todo bien el hilo del poema. Habrá que leerlo.

Siguió la estrella de la noche, Fabián Casas, el-que-estuvo-en-Iowa. Casas recitó poemas a los que previamente explicó, con anécdotas tipo "yo vi a este poeta chileno borracho en calzoncillos en la pieza que compartíamos y eso me inspiró este poema". La lectura de Casas mostró todos sus defectos, como la alienación en lo ganchero y la inclusión ansiosa de gadgets de la actualidad, y casi ninguna de sus virtudes, nada de esa percepción literaria, pero dentro de todo fresca, de la circunstancia que despuntó en Tuca.

Cerró la noche poética Daniel Soria, es decir, el marginal. Soria leyó textos de un libro ya publicado que mezcla el paisajismo entrerriano de Mastronardi y Ortiz con el guaraní y una intervención de carácter joyceano sobre el español. La contra: leyó mucho, casi todo el libro, y las cabezas ya estaban demasiado sobrecargadas como para prestarle la atención que merecía.

La velada tuvo una coda superflua, la presentación del cantautor bochorno del ambiente poético-musical porteño, Pablo Krantz, quien prácticamente extorsionó a Vega para que le permitiera cantar temas de su último disco. La sala se vació tan rápidamente como bajo una amenaza de bomba.

Rápidamente, se pueden sacar algunas conclusiones: el stand-by de 18 Whiskies, la rápida conversión de la belleza y la felicidad en cursilería y bajón de merca, dos promesas de obras interesantes. ¿Suficiente o insuficiente para una velada a la que "había que ir"?

 

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Buenos Aires, la capital del verso / Sebastián Morfes
Festival Internacional de Poesía.
27, 28 y 29 de agosto del 2001,
Buenos Aires, Argentina.

 

En un clima de emoción colectiva, exceptuando empleadas del Torcuato Tasso, público ocasional y algún distraído y yo que doy cuenta, se dio comienzo al Festival Internacional de Poesía. El que no se la bancó, la emoción digo, fue Darío Loperfido que ni bien terminó el discurso, absolutamente consternado por la grandeza del evento huyó con rumbo desconocido. De todas maneras los organizadores suplieron su ausencia con calor humano y solemnidad. Así parecen ser estos festivales; poetas extranjeros que parecen bufones de la mega-nada durmiendo solos en super hoteles y comiendo comida vegetariana. Sin embargo los poetas de argentina fuman otra; hoteles más modestos, temas de conversación medio trosca-ambient superada, pero trosca.

Probablemente el poeta del interior sea como más sensible y no entienda las cismas y las alianzas poéticas de las estrellitas de la capital que toman barbitúricos y sueñan con morir ahogados en una bañera sin más explicación que el agua.

Estos festivales por lo que puedo imaginar deben empezar antes de la fiesta de inauguración.

De ser así comento a manera de introducción: en cierto reducto gastronómico nos presentaron, este es pin este es pan. Edgar Morisoli todo un caballero se puso de pie para recibir a la extensa comitiva de poetas que poblaba por primera vez el reducto gastronómico. Eso fue de lo mejor de mi relación con el festival, seguro. Ver a Susana Arévalo no tener miedo, pero sí respetar la ingesta diaria de azúcar y un par de días más tarde, engordar los versos con ecualización elegíaca. El más amable de los poetas, Victor Redondo, haciendo el aguante ahí, el neorromántico argentino comiendo ñoquis de espinaca con salsa rosa, como probando las mieles de los secretos que bailan en la noche.

Todo normal hasta acá. Eventos, poetas hablando de poetas sin mucha pila; hablando de amigos a los que aprecian o enemigos a los que detestan.

El lunes fue la noche de Jorge Escudero, aclarando bien todo eso de que las huellas que se dejan el tiempo se encarga de borrarlas, eso me dijo en una sobremesa mientras yo acá en mi casa de villa rosas miro las migas sobre la mesa y aproximo una justificación sobre la destrucción total de los restos de comida en el plato. Después de una lectura de tiempo promedio, los aplausos del público pedían un bis, creo que él tampoco quería ceder ante los escalones que supondrían el descenso a las mesas, los saludos; el reconocimiento no vale nada comparado con la ovación de las masas, el meneo suave de la danza de la fama; en fin el descenso...

Diana Bellesi, vestida de santafecina, leyó poemas que decía el auditorio: "eso es Gelman"; no parece pero el poema no sólo operaba con la figura del lector sino también como esquirlas en la mesa de los poetas. La mexicana Natalia Toledo subió producida como esa premio nobel de la paz de guatemala, y cantó a la injusticia de la europeización del indio, en un raro idioma que entienden la tierra, el Subcomandante Marcos y Manu Chao. Gustavo De Vera con su voz Formento conmovió a las chicas. Fiesta poético sesentista en el maldito café de la esquina.

 

Gracias por lo de demagógico

Ya el martes, en el medio del festival, Fernando Pistilli, el embajador del desparpajo guaraní, enmudeció al auditorio con poemas simplotes, tristes y justificativos. La organizadora Susana Villalba se disculpó por la ausencia de algunos poetas extranjeros y lo solucionó repitiendo al crack chileno, Raúl Zurita; y luego la polémica y el escándalo, y la polémica del escándalo; "estoy cansado de los poemas nacionalistas, políticamente correctos; no me gusta que me griten". El chileno estaba enchufado a un marshall a válvulas con temperatura ideal, pero lo que escuchaba era una guitarra melosa reberverada en frases de cumbia colombiana masticada por un gomero menemista. Irene Gruss en un momento de paroxismo épico le dijo, "Zurita cortá con la demagogia". Igual aguanten Zurita y la Gruss. El poema subsiguiente del astro chileno fue más declamativo, más distorsión decía yo. Cerró con un agradecimiento a la Gruss y un aplauso respetuoso del exigente público. Sanchez Aguilar dio a entender que estas cosas sociales no le gustan, es más en un momento pareció que llegó para eso hasta la capital del verso. Williams y poemas que no recuerdo. Mi compañero Juan Meneguín, "premio Fray Mocho que se entrega todos los años a un género distinto...", hizo gala de su origen y tradición (Concordia, Entre Ríos) en un canto que negaba pero aspiraba a ser una cosmovisión, descolocó a varios; su cara de miedo, su voz quebrada eran una evasiva que respondían aparentemente a una misma estrategia.

Zurita nuevamente en la segunda mesa de poetas rompiendo todo como Ráfaga en españa, pero el ambiente no daba para super estrellas, estaban todos medio podridos de los poetas, de la poesía, de la onda festivalera. Los organizadores que leían los curriculums onda "con nosotros el poeta..." obsesionados por el silencio", "¿me escuchan? ¿me parece que no? ¡por favor silencio!" Susana Arévalo subió al escenario ajustó el pedal elegíaco que ponía palabras onda lóbrego, y un todo expansivo dejó breves los poemas pero extendió los versos, estiró el corazón de los versos, la estructura más íntima de los versos. Fin de las lecturas.

La fiesta estaba del otro lado de los poetas, por suerte.

 

El torino de Aulicino no arranca.

Miércoles final del majestuoso festival. Llegué tarde, la española Olvido García Valdés leía y mi cabeza respondía con indolencia. Patricia Suárez precedida de un extenso curriculum hizo justicia por mano propia y concluyó:" al curriculum falta agregarle que soy adicta al café y que le tengo pánico a engordar". Esa fue una disuasiva y otra el escote que, como al descuido, se exponía a la iluminación super lectura de poesía. Salvo un par de poemas el resto no soportaron la lectura, pero fue un hallazgo la intención en un evento plagado de embole y versos de altura aunque resistida por los gordos del Torcuato Tasso —"¡Uh cuanta poesía che!". Si me pongo en crítico de espectáculos levanto el brazo de la rosarina, si me pongo en espectador prefiero seguir quejándome por el valor de las bebidas en el reducto. Claude Beausoleil, un poeta canadiense que vino en simpático y se tomó todo el vino de San Telmo leyó unos poemas que respondían a cierta teoría del poema como globo aerostático que una vez me planteó mi hermano, la cual sostiene que para que el globo sea algo del cielo y de la tierra, la idea es mirar las sogas, las estacas que lo mantienen en el piso; Beausoleil en este caso manejaba un globo que se perdía en el azul del cielo como la pantalla de inicio del Corel Draw; aburrido, inofensivo; me quedó con sus frases en el cenit de la borrachera: "¡los viejos deben morir!" Un alemán que parecía el papá de uno de los de U2 leyó poemas medio aburridos que no escuché, la chilena Verónica Zondec perseguida por un par de jovencitas enamoradas quedó como una señora de izquierda. Graciela Cros leyó poemas de Cordelia... y mostró cintura y manejo del pobre público, lástima que leyó 15 minutos de más, y lo único que quedaba en la cabeza del público fue el recuerdo de los primeros 6 minutos de lectura y de que Cordelia se fumó medio centroamérica; unos chicos, seguramente ricoteros, cantaban con música de Los Pericos "...y si pintó la chala está todo bien". Ya en el final del Festival los poetas hacían como aproximaciones a ellos mismos y la complejidad de lectura se reducía a un par de palabras. Ernesto Aguirre increpó a la audiencia con poemas cortos para pensar, los que le redituaron aplausos y comentarios como: "¡que maestro!". El mundo es un instrumento que se ejecuta caminando, cosas así. Aulicino cerró el cachengue con una antología de sí mismo, le hizo un chiste a Mangieri por una errata, y bueno sus poemas se desvanecieron en la lectura, el poeta de Paisaje con autor me puso ante un dilema: ¿sus poemas tenían esa evidencia en el contenido, en los versos o, eran en realidad, torino fundido? De esa manera cedió el cetro de poeta consagrado a Graciela Cros.

Fin del festival, una reunión de poetas en el bar de la esquina ya sin plata para pagar cerveza, sin aliento para discutir ni comentar nada. Con cara de borrachos en año nuevo en ese dichoso momento de balance, de mediciones, pero a la vez tristemente sobrios. Como las migas en mi mesa después del almuerzo, eso que dijo el viejo Escudero: el tiempo se encarga de borrar todo, los rastros se borran: las huellas del otrora poderoso torino de Aulicino, las cenizas de la Cros, el escote de la Suárez, Zurita sin marcas en la cara, el borracho canadiense, el alemán moderno, la objeción de la Gruss, mi amabilidad, las migas en la mesa, nada se resiste a una rejilla.

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